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domingo, 31 de octubre de 2021

'FRÍO' EN LUXEMBURGO Y BIENVENUE A LA FRANCE

A diferencia de Phileas Fogg -quien se propuso dar la vuelta al mundo en 80 días, sin molestarse en pisar tierra firme en los diferentes puertos de llegada-, voy cruzando la tierra sintiendo a cada pedalada y a cada paso lento el recorrido de cada lugar, de cada rincón por descubrir, y que me topo sin quererlo cuando surco los horizontes de Europa. Sin embargo, coincido con él en una cosa. La llegada a la gran urbe produce un gran estruendo dentro de mí. Como si de repente la naturaleza ya no tuviera cabida en su propio espacio, desterrada por el humano, quien a base de alquitrán y edificación en expansión ha decidido generar jaulas abiertas de ruido y contaminación, de movimientos constantes en búsqueda del algún sentido de vida. Es aquí donde menos interés pongo, y a penas siento algo dentro que me incite a indagar ciudades a las que he llegado en bicicleta, y en las que simplemente he transitado de manera fugaz, incierta, intrometiéndome únicamernte en sus barriadas, como en Bombay (India). El propio Fogg -personaje de la novela de Julio Verne- ni si quiera se molestaría en pisarla. Su desinterés, el mío. 

Surcando las últimas centenas de kilómetros germanos, por la sierra Vorges del Norte, previa a mi llegada a Luxemburgo y tras días de salida desde Alemania occidental, entre viñedos que se encierran en las laderas altas del río de frontera, Mosel, amaneceré sobre mojado. Las noches atraen el agua del rocío en ambientes pastoriles. Amanezco frente al Sol, de hecho, evito cualquier sombra matinal que lo oculte, salvo las nubes. Poco puedo hacer con ellas. Pero preparar el té es un método primario para entrar en calor, tras la recogida y el doblaje fresco de la tienda de campaña. Las mátriculas amarillas de los autos luxemburgueses me adentran en un pequeño espacio sede de la Unión Europea, de tamaño provincial español, y cuyo salario mínimo ronda los 2.000€. Las carreteras se estrechan y se convierten en embudos acechados por las máquinas, apartándome del camino, mientras el agua cae sin cesar, y el viento sopla para hacer la jornada de bienvenida más interesante. Un hecho importante cuando cruzo uno de los primeros asentamientos luxemburgueses será a cerca del idioma: ¿qué idioma se habla en este país de centroeuropa, entre Alemania, Bélgica y Francia...? Me informan en francés que coexisten el francés, el alemán y por último el luxemburgués, como mezcla de ambos. 

Al fin el francés. Años esperando una oportunidad para poner en práctica mi tercer idioma más asentado. Se abren las puertas a una nueva comunicación, más extrovertida y desarrollada, una mayor apertura. Mi llegada a la capital, Luxemburgo, cruzando el gran foso a través del puente y adentrándome hacia la Place d'Armes, hará que coincida con un cantante venido de Serbia, apostado en la esquina del centro histórico y que apalea la caja, sobre la que se acomoda, para activar el sonido, mientras entona a capela canciones brillantes. Este tipo, cuyo vuelo le fue denegado y no pudo asistir el día anterior a su propio concierto en la capital, quiso invitarme a una cena -además de ofrecerme hospedaje- para charlar a cerca de más aventuras, gentes, lugares del mundo. Quizás noté algo que me paralizaba, que me limitaba. Tenía una cita con un compañero de la universidad que lleva años asentado en Luxemburgo, además, dormiría en su casa céntrica durante dos noches. Por ello, dejé la cita improvisada con aquel cantante callejero, en quien veía bondad y humildad por labrar, cantar y viajar, queriéndola, pero sintiéndome preso de otra forma de concebir la aventura. Aposté por el destino, y terminé jugando al pádel en Bélgica aquella noche, junto a Beltrán -excompi de la universidad- y sus amigos, para pasar dos días entre cuatro paredes, sintiéndome en otro universo cruzado, preso en aquel ruidoso alquitrán. 

El día de mi partida, el TJUE -Tribunal de Justicia de la UE-, se disponía a presenciar frente a su sede las protestas de miles de polacos venidos del suroeste polaco dispuestos a aguar la frialdad luxemburguesa. La sentencia europea dictaminaba el cese inmediato de la actividad de la mina polaca de Turow, y los mineros polacos no estaban por la labor de acatar la orden de los juristas. La ciudad se preparaba para barricadas matinales, y yo, pensando en el carbón, en los intereses políticos, en la contaminación de esos fósiles -muy pronunciada en países del Este-, en las políticas nacionalistas y antiliberales del gobierno polaco en los últimos años, en la decisión de unos pocos blindados en Luxemburgo sobre el devenir de miles de obreros, apostados en la pobreza del Este alejado de la raíz europea... frente a un mundo caótico, me encaminé para cruzar en aquella jornada nublada, y muy finalmente, a Francia. 

El serpenteo fue acentuado. Los accesos y carreteras se cortaban, teniendo que lidiar sobre mapa con opciones imprevistas. Al llegar a Francia sentí un impulso de energía venida de tierras conocidas, de un idioma de nuevo comprensible. Aquellas primeras horas en Francia del Norte, en la región de la Lorena, hicieron que me adentrara sin quererlo en una zona que acabaría siendo un refugio improvisado al final de la jornada. Mis sensaciones no esperaban que desde el primer día en Francia pudiera recibir tal cantidad de simpatía y recibimiento. Mis planes pasaban involuntariamente por poder hacer una estadía en Francia sintiendo el ritmo de la tierra durante el pedaleo, poniendo en práctica mis habilidades lingüísticas y adentrándome, como siempre, en el folclore de cada región. Escuchándola y escribiéndola al mismo tiempo. 

Tras salir de la carretera principal en Landres, comencé a transitar caminos asfaltados entre pueblos de la región tan disputada a nivel histórico, por alemanes y franceses, y que me llevarían hasta Affléville. Este asentamiento de alrededor de 100 habitantes terminó siendo mi guarida aquel día. Y todos los siguientes. Al pasar frente al número 8 de la Rue du Château, una vecina, Eliane, de mediana edad, salió al paso, ofreciéndome hospedaje y cobijo dada mi disposición sobre la bicicleta, y mis intenciones humildes de dormir bajo tienda de campaña. Aquellas jornadas de finales de Octubre asistí junto a los paisanos a obras magníficas de teatro vanguardista, excepcional, como A vau l'eau, en el pueblo de Anoux, o L'Enfant, en Jarny, además de ser invitado a un concierto de jazz gitano en la sala magnífica de Lachaussée, en el Grange Théâtre, una granja reconvertida por artistas de lujo, como Carlo. Sin buscarlo, y absorbiendo y desplegando como la propia planta al realizar la fotosíntesis, me veía rodeado de una energía y un ambiente excepcional, en el que sigo apostado, junto a Patrick y Marjin, y otros franceses norteños que apuestan por la vida rural y el mantenimiento de una sinergia excepcional junto a las nuevas generaciones. Renovaríamos salas del colegio local de Affléville, y los más pequeños y curiosos del lugar me harían preguntas sin cesar a cerca de mi tierra, España, mis aventuras, mi bicicleta... curiosos por ese forastero llegado en bicicleta de tierras lejanas, y acogido en casa de Eliane. 

Además, conocería a más gente local en una marcha de 10k entre senderos, campos cosechados y caminos de bosque de la región, con motivo del cáncer de Mama. Conocí a Luci, la profe de gimnasia y deportes de los pueblos de la zona, y coinicidí con el bueno de Eduardo, el granaino. Este buen hombre, afincado en Carchuna (Motril, Granada), ronda la jubilación, y mientras puede vive en la costa granaina. No obstante, como buen emigrado español de los años 60, ha pasado toda su vida en Francia, y su idioma es el francés, aunque tiene un acento español granaino muy gracioso. Que buena gente. De hecho, coincido con él al localizar el pueblo de Carchuna, que he cruzado ese lugar en mi recorrido en bicicleta por la costa española hacia Málaga, pasando por la nacional de enfrente. En esta región, entre el Benelux, Alemania occidental y el Norte francés, hay muchos 'niñ@s' de la emigración española de los 60. Vivieron pocos años en España y es muy curioso como se aferran a su raíz española. De hecho, muchos de ellos disfrutaron de visitas y viajes a su origen debido a ayudas que Franco concedía en los años 70 para atraer a los crecidos en otros países de Europa. Además, la región de Luxemburgo en especial, está repleta de portugueses, italianos, españoles y eslavos del Este, de raíz, cuya vida ha emigrado a este emporio europeo. 

Durante los primeros días en la campagne francesa, mi huésped Eliane me acercó a Verdún, sede mundial de la paz. Este territorio fue testigo del horror y la destrucción a la que puede llegar el ser humano con sus acciones y debates. En 1916, durante muchos meses, allí se mutilaron los alemanes y franceses unos a otros, durante la 1ª Guerra Mundial, en flancos de la tan disputada Lorena. Fue la batalla más destructiva de la Gran Guerra, sin ser la más decisiva, que arrasó la vegetación e inundó de obuses y minas de detonación un terreno cuyo aspecto actual se equipara a un campo de hoyos constantes provocado por las millones de explosiones. De hecho, le región y campos de alrededor siguen siendo inpractibales debido a la gran cantidad de explosivos activos y escondidos que todavía yacen. Pueblos arrasados, un total de nueve, como Fleury devant Douamount, y cuyos espacios son recordados con placas conmemorativas. Muy cerca, entre aquellos bosques, se encuentra el Osario de la batalla de Verdún, que guarda los huesos de cientos de miles de soldados sin identificar, además de miles de tumbas de todos aquellos fallecidos por las disputas humanas, bajo cruces blancas. Un lugar sin duda que promulga al silencio y la reflexión. 

También visitaríamos -me llevarían en coche- la región vecina y hermana, la Alsacia, que formó como la Lorena, parte de la Prusia alemana del siglo XIX. Iríamos hacia Colmar, una pequeña villa con casas encajadas de madera y en cuyo centro degustaríamos en el caserío local Pfeffel platos típicos de la región, junto a vinos burbujeantes alsacienses. Colmar vio nacer al escultor Bartholdi, autor de la Estatua de la Libertad, obsequio francés a los americanos en el centenario de su independencia, en el año 1886. También pasamos por Estrasburgo, la tercera capital de la UE, y sede de la misma, apostada en el valle del río Rin, frontera con Alemania occidental. Aquel día terminamos en Metz, una pequeña villa de esta región, a 40 km de Affléville. 

Durante los próximos días seguiré compartiendo momentos en la tan calurosa región de la Lorena, junto a los paisanos franceses, adentrándome en la cultura francesa, sintiendo la bondad de sus gentes y las ganas de abrirme sus paraísos secretos. Desde aquí, desde el número 8 de Rue du Château, en Affléville, continúo una estadía temporal para quizás pasar el invierno que se avecina, frío por estas latitudes, practicando la lengua francesa y trabajando localmente, buscando una oportunidad laboral en la industria ciclista -con tanta oferta en estos tiempos- o en algún proyecto interesante que aparezca en los próximos días, además de seguir trabajando sobre más escritos e historias.

— [TRAS 18 DIAS RECIBIDO EN AFFLÉVILLE]—

Seguí rumbo sur de Francia, finalmente. Las oportunidades son escasas a la llegada del frio y del invierno, y empieza a azotar la temperatura bajo 0. He de pedalear para alcanzar el Sur lo antes posible.


Carlo -a la izq-, cofundador e impulsor del Grange Théâtre, en Lachaussée, frente a espectadores improvisados, hace muchas décadas


Buzón en Affléville


Navaja prestigiosa Opinel, de la Saboya francesa, en los Alpes, que confecciona y perfecciona desde el siglo XIX la familia Opinel. He recibido una como obsequio en mis primeros días en Francia


Mi huésped, Eliane, frente a la Catedral de Notre Dame de Estrasburgo


Osario y cementerio de Deaoumount, donde tuvo lugar la destructiva batalla de Verdún (1916)


Restos de cientos de miles de soldados sin identificar, de los combates de Verdún durante la Gran Guerra (1916)


Estrella de tierra, seta muy particular por su forma, al borde de caminos


Último amanecer alemán orientado hacia el Este, desde mi tienda de campaña



2 comentarios:

  1. Kike que interesante y bonito lo que escribes. Te deseo una estancia bonita y productiva por esas tierras francesas. Besos

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