Desde mi camino por Alemania, todo se tornará, contra cualquier pronóstico, espléndido, y el nivel de acogimiento y simpatía romperá los límites de lo inesperado.
Así, siento que algo nuevo está por llegar, básicamente un nuevo idioma, el alemán -para mi incomprensible-, y quizás un entorno menos amigable. Pero esto no sería más que un prejuicio sin importancia. Salir de países del Este, eslavos, con aires más primitivos y risueños, paganismo milenario todavía incrustado en aquellas almas que tanto me han ofrecido en mis casi dos años por aquellas tierras, significaba un paso importante. Y más a una velocidad media de 15k/h. Esto es un pedaleo lento, pero preciso.
Sin más, en mi primer día en Alemania, trato de asentar un vocabulario de supervivencia, como muestra de respeto hacia la gente local, y tratar así de facilitar el contacto. A orillas del río Regen, y ya en la medieval Cham, empiezo a notar aires frescos, con una disposición germana estructurada, ordenada, y a la vez un folclore muy simpático. Personas locales me paran en la plaza, me preguntan a cerca de mis hazañas, y se predisponen a hacerme la traducción de algunos vocablos útiles del idioma alemán. Además, los caminos que transitan por el valle del río citado son pasos ciclables por los cuáles discurren sin cesar alemanes de todas las edades -principalmente edad avanzada, o jubilados- con bicicletas impulsadas, eléctricas. Exactamente, me percato de la grandísima cantidad de eléctricas, y de manera constante, con calidades bastantes altas. Estoy en Alemania, y este dato, junto con la cantidad de pueblos con encanto, pueblos preservados de maneras muy particulares, medievales y con mucha claridad, harán que discurra con asombro y muy buena sensación lugares para mi desconocidos hasta el momento. Estaba en la zona de Baviera, el reino de los germanos del sureste, donde Bayern y la capital Munich, y donde la cerveza local se convertirá en un 'deber' desde el momento en que se me presentara tal oportunidad. Sin embargo, el idioma hizo estragos los primeros días, y notaba una cierta lejanía que hasta el momento llevaba tiempo sin recordar.
Los primeros días de octubre el frío matinal y el rocío hacían su presencia. No obstante, seguí poniendo la tienda de campaña descubierta para observar al dormir el cielo estrellado, y bien claro, junto con el movimiento lunar. Las noches frescas y por debajo de los 5 grados no son un impedimiento, y cuán importante es un saco de dormir muy apto para bajas temperaturas. El rocío al atardecer de aquel pinar cercano al ríachuelo Hiltenbach creaba un ambiento bucólico y asombroso. No pude parar de contemplar esa niebla de agua flotando extendida por las praderas de aquel inmenso valle, rodeado de pinos, y que se extendía a lo largo mojando muy lentamente todo a su paso, incluso tuve que apresurarme muy rápidamente dentro de mi tienda de campaña. Aquella noche, las nutrias jugaban, o se movían, y así me recordaban, sin quererlo, que yo era simplemente un invitado en aquel bello lugar. Por la mañana buscaría rápidamente el Sol para prepararme un té caliente, que lo encontraría en la ladera cercana al pueblo de Strahlfeld, donde los rayos incidirían directamente sobre mi cara y mi cuerpo, y yo dejaría toda esa luz traspasarme hasta el alma, contemplando aquel paisaje, y sintiéndome muy afortunado por la presencia ante aquel espectro natural, bajo el cobijo del manzano.
A lo largo del río Naab pasaría pueblos germánicos de escándalo, como Burglengenfeld, y especialmente Kallmunz. Centenas y centenas de siglos transportado cuando recorres estos lugares, imaginando un ambiente bávaro increcentado por la cerveza local, que yo seguía sin lanzarme a probar. Lo intentaría en mi paso por Berching, otro enclave medieval en el valle, turístico, donde finalmente seguiría mi camino, y quedaría de nuevo maravillado por la belleza de aquel lugar.
Pueblo Burglengenfeld, Baviera, Alemania |
Mi único recuerdo del momento Gutmann, en Titting. Ilustrado el Castillo de la cervecería, donde fui invitado a pasar la noche |
Durante la siguiente jornada, y sabiendo desde entonces que ese área estaría lleno de zonas arqueológicas y excavaciones, por ser el área limítrofe que separaba a los romanos de los pueblos germánicos, quedaría maravillado por la gran cantidad de aperturas en tierra y ruinas constantes a mi paso por aquellos caminos de Baviera.
Ruinas romanas, zonas arqueológicas constantes en el sur alemán |
Seguí mi camino hacia mi primer destino alemán, en Rothenburg am der Tauber. Previa a mi llegada, amanecí en un pequeño pinar frente a enormes campos amarillos de colza -con esta flor se produce aceite-, en una jornada algo lluviosa y fría. Sin parar de recolectar el fruto constante de los perales, manzanos y nogales, que a cada lado de los caminos encuentras, y con los que evitas la fructosa de los mercados, para obtenerla directamente de su origen -y qué maravilla- llegué a Rothenburg. Enclave medieval a lo alto del río Tauber, una Marktplatz con tanto encanto, y aquellas calles estrellas dentro de las murallas. Desde entonces, sería acogido durante cuatro días y tres noches en casa de los Zinner, un matrimonio mayor que fueron huéspedes y muy amigos de mi tía Beatriz durante muchos años, hasta el presente. Recibiría todo el calor humano del mundo por su parte, durante unas jornadas en las que el idioma, y a pesar de mi nulo alemán y el nulo inglés de los Zinner, no sería un impedimento para nuestras conversaciones a través del traductor electrónico, o en polaco a través de su vecino de origen polaco. Los Zinner decidieron un camino hace muchas decenas de años en el que facilitarían la estancia y acogerían a muchos estudiantes provenientes de todos los rincones del planeta, para estudiar idiomas normalmente en el Insituto Goethe, hoy convertido en un colegio Montessori. A través de su presencia y las historias de aquellos estudiantes, recorrerían el mundo y harían amigos de todos lados sin moverse mucho de su pueblo, recibiendo muestras de afecto cada año a través de correspondencias, fotos, libros y regalos de toda clase de aquellas personas a quienes acogieron a lo largo de más de treinta años. Su presencia denotaba humildad, simpatía y mucha bondad.
En Rothenburg, junto al matrimonio Zinner |
Mi rumbo se encaminaba hacia el occidente alemán, concretamente la pequeña ciudad de Karlsruhe. Tras mi marcha de Rothenburg, de nuevo en el camino, y a 180 km de mi próximo destino, continuaría pedaleando en mi paso por aquellos pueblos germanos tan únicos. El próximo día el Sol saldría directamente para saludarme sin necesidad de moverme de la tienda de campaña, en aquellos pastos cortados. Aquel día sería interceptado en Schwaigern por una familia de ciclistas. Carmen, Volker y el pequeño Kaeylar me invitaron a un helado, y Carmen, una madre mayor con mucha descendencia, insistió en invitarme a dormir en su casa del pueblo cercano, en Massenbach. Pedalearíamos unos cuantos kms juntos, con el pequeño Kaeylar, de tan solo 4 años, y en quien observaría un crecimiento ejemplar y saludable, proveniente de la armonía parental, en aquel maravilloso entorno rural. De hecho, desde hacía decenas de kms observaba por primera vez viñedos en los campos de Europa, por lo que el vino se hacía común en la región, y justamente la energía de aquella jornada cerraba un círculo que, al comenzar a ver la vid constante, pensé en la posibilidad de degustar en algún momento algún buen vino local, y la oportunidad se me presentaba en otra mágica historia de personas entusiasmadas por acogerme, darme cobijo y brindar con un buen vino regional. Antes de partir a la mañana siguiente, ajustaría la bicicleta del pequeño tarzán de la casa, y pondría rumbo hacia la ciudad de mi amigo Dani, el alemán, en Karlsruhe.
Junto a Kaeylor, en Massenbach |
Llegaría hasta Ruppur, un pequeño enclave suburbano de Karlsruhe, desde donde escribo estas lineas, en la casa familiar de Daniel, desde el mágico jardín de Berni's Paradise Place, su padre. Desde entonces, decidí poner rumbo hacia la famosa Selva Negra alemana -Schwarzwald-, para recorrerla durante varios días a pie, y después regresar a Karlsruhe. Armando una mochila-macuto de 40L -que seria un regalo de la familia de Daniel- para mi pequeña expedición por esta baja cordillera, que duraría contra pronóstico cuatro días, comenzaría mi marcha desde el pueblo Baden-Baden, donde me acercaría Berni en su coche, clásico Mercedes de los 80. La Selva Negra es un entorno que llevaba muchos años entre mis intenciones. Esta baja cordillera, llena de bosques oscuros poblados principalmente de abetos -el famoso árbol de Navidad-, recorre de norte a sur en el suroeste alemán unos 160 km, y en la que se encuentran numerosos pueblos muy folclóricos de la región, junto con atracciones naturales, hasta la frontera con Suiza al sur. De hecho, estos bosques hacían de frontera natural con los límites nortes del Impero Romano, y los propios romanos lo llamaban 'las selvas de la frontera'. Esta negrura se debe a su repoblación y monocultivo de abetos, que tuvo lugar tras la 2ªGM, cuando la zona quedó devastada, y los alemanes -controlados por los estadounidenses en aquella región- hicieron un plan de reforestación mediante el árbol rey de centro Europa, el abeto, de madera moldeable y crecimiento y conquista muy rápida. Hoy es uno de los problemas en la Selva Negra, y con la expansión de las zonas protegidas de Parque Nacional, se intenta no solamente limitar el poder y acción de las empresas madereras, sino también expandir el crecimiento de otras especies como pinos y frondosas -hoja caduca-, que enriquezcan el área.
Aquella primera noche, en solitario esta vez -atrás quedó la expedición junto a Daria y más conocidos en las cordilleras polacas-, me refugiaría en la caseta dispuesta en Badener Sattel, cercano a los 900m de altura. Pasaría una noche magnífica en un silencio imperante, junto a mi termo del té, y en la que las temperaturas descenderían, y llovería, pero me sentiría afortunado en mi pequeño cobijo y gracias a mi buen abrigo. Durante la jornada siguiente caminaría por aquella frondosidad tan espléndida, sin cruzarme ser humano alguno en más de 24 horas. Vendrían a mi mente los escritos del autor aleman Hermann Hesse, nacido en Calw, un enclave de la Selva Negra, y cuya inspiración provendría en gran parte de sus tan amados bosques, aquellos que yo transitaba esos días. Sus obras El caminante, El lobo estepario o Bajo las ruedas, entre otras, muestran una lucidez y apertura de un alemán nacido en el s.XIX, que presencia los horrores de las grandes guerras y movimientos del s.XX, adentrándose de una manera exquisita en el alma humana y en el mundo que contemplaba, para irse a la naturaleza como recurso de evasión y de contemplación de la belleza, de la forma más pausada, caminando, escribiendo, ilustrando.
Y así, sin más, vendría un temporal de lluvias que haría la jornada intensa en las zonas del Parque Nacional, donde querría alcanzar un refugio en el descenso hacia el pequeño lago de Wildsee, tras más de 20 km andados, sin saber que, a parte del diluvio en la puesta de Sol, el descenso seminocturno hasta
los 900m de altura -viniendo de los 1300m-, entre caminos conquistados por la vegetación, en una zona muy poco pisada, llegaría empapado a Wildsee, un enclave natural de película, que disfrutaría a duras penas a la mañana siguiente, porque en aquel momento me encontré con el refugio cerrado, y la necesidad imperante de ponerme un techo con mi tienda de campaña. Tuve que armarla rápidamente para evitar la entrada de agua -aunque poco pude hacer con aquellas lluvias-, y quitarme mis ropajes mojados, para intentar que el material básico para dormir -camiseta y saco de dormir- quedarán lo más intacto posibles. Mi reposo fue escaso, bajo el ruido constante de lluvias que no cesaron durante la noche, y que parecían tumbar mi tienda de campaña. Pura ensoñación, tengo buena fortaleza, pero el frío si estuvo presente durante toda la noche, a parte de estar encharcado de agua. Además, mentalmente trazaba un plan para salir rápido de allí a la mañana siguiente y así entrar en calor lo antes posible. Pero se tornó una mañana clara, muy fría, pero tranquila, frente a un lago que parecía un espejo gigante, incrustado en el bosque, bajo la ladera. Entré en calor con tés y unos tagliatelle de espinacas cocidos y cocinados con salsa de tomate y setas cogidas el día anterior. Que delicia. Cogí las energías suficientes como para echar a andar de nuevo con 13 kilos a la espalda, ascendiendo los 400m de la ladera, y encontrando algo de civilización a escasos kms.
Después, los rangers me recomendarían no confiar en los albergues de montaña: la mayoría estaban indispuestos por la situación covid, y habían cerrado o ya no acogían a gente. La zona estaba calificada como desierto de la Selva Negra. Por ello, bajé por el valle del río Rotmurg hasta alcanzar Obertal, donde haría jornada al cobijo de la pensión Zur Sieberei, para secar la ropa, y entrar en calor, haciendo noche al abrigo de una cama, finalmente. Desde allí, y ya recuperado de las 48 horas de mal tiempo, por fín salió el tan amado Sol, al cuarto día de la corta expedición, y puse rumbo hasta Baiersbronn, recorriendo los últimos 13 kms, desde donde cojí un tren de vuelta a la ciudad de Karlsruhe, tras un total de 60 km caminados.
Berni y Silvia me esperarían en la ciudad. Junto a Berni -padre de mi colega Dani- disfrutaría de una jornada magnífica, quien entusiasmado con su invitado, me mostraría su bici eléctrica con impulso trucado -llegando a los 70k/h-, además de llevarme a su club de Rupport, centenaria unión de fútbol local, donde comería junto a sus colegas alemanes, y desde donde pedalearíamos la zona al compás de la música ochentera de su rápida bicicleta. Estos días esperaría a Dani en casa de sus padres, quien, tras jornadas en la universidad y en los entrenamientos de la policía alemana, vendría para por fin pasar unos días juntos, asistiendo al partido del equipo de Karlsruhe -2ª div. alemana-, siendo invitado por los propios jugadores al área reservada en tribuna para familiares y amigos de los futbolistas, con invitación de cervezas y salchichas alemanas incluidas, siendo la segunda vez que me pasa desde mi salida en bicicleta en 2019 -la primera vez fui invitado por los jugadores españoles de 1ª división del Dynamo de Tbilisi, a mi llegada en bici hasta Georgia-.
Junto a Dani, il polizei, junto a sus colegas jugadores del Karlsruhe SC Fabio y Marc, tras el partido contra Erzgebirge Aue (2-1) |
Eres incredible kike 🙏🤗 gracias por tu visita. Un abrazo Silvia y Berni
ResponderEliminarHayy asombosa tu historia. Ademas me deleito con tus narraciones. Sigue pasándoselo bien.
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