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domingo, 31 de octubre de 2021

'FRÍO' EN LUXEMBURGO Y BIENVENUE A LA FRANCE

A diferencia de Phileas Fogg -quien se propuso dar la vuelta al mundo en 80 días, sin molestarse en pisar tierra firme en los diferentes puertos de llegada-, voy cruzando la tierra sintiendo a cada pedalada y a cada paso lento el recorrido de cada lugar, de cada rincón por descubrir, y que me topo sin quererlo cuando surco los horizontes de Europa. Sin embargo, coincido con él en una cosa. La llegada a la gran urbe produce un gran estruendo dentro de mí. Como si de repente la naturaleza ya no tuviera cabida en su propio espacio, desterrada por el humano, quien a base de alquitrán y edificación en expansión ha decidido generar jaulas abiertas de ruido y contaminación, de movimientos constantes en búsqueda del algún sentido de vida. Es aquí donde menos interés pongo, y a penas siento algo dentro que me incite a indagar ciudades a las que he llegado en bicicleta, y en las que simplemente he transitado de manera fugaz, incierta, intrometiéndome únicamernte en sus barriadas, como en Bombay (India). El propio Fogg -personaje de la novela de Julio Verne- ni si quiera se molestaría en pisarla. Su desinterés, el mío. 

Surcando las últimas centenas de kilómetros germanos, por la sierra Vorges del Norte, previa a mi llegada a Luxemburgo y tras días de salida desde Alemania occidental, entre viñedos que se encierran en las laderas altas del río de frontera, Mosel, amaneceré sobre mojado. Las noches atraen el agua del rocío en ambientes pastoriles. Amanezco frente al Sol, de hecho, evito cualquier sombra matinal que lo oculte, salvo las nubes. Poco puedo hacer con ellas. Pero preparar el té es un método primario para entrar en calor, tras la recogida y el doblaje fresco de la tienda de campaña. Las mátriculas amarillas de los autos luxemburgueses me adentran en un pequeño espacio sede de la Unión Europea, de tamaño provincial español, y cuyo salario mínimo ronda los 2.000€. Las carreteras se estrechan y se convierten en embudos acechados por las máquinas, apartándome del camino, mientras el agua cae sin cesar, y el viento sopla para hacer la jornada de bienvenida más interesante. Un hecho importante cuando cruzo uno de los primeros asentamientos luxemburgueses será a cerca del idioma: ¿qué idioma se habla en este país de centroeuropa, entre Alemania, Bélgica y Francia...? Me informan en francés que coexisten el francés, el alemán y por último el luxemburgués, como mezcla de ambos. 

Al fin el francés. Años esperando una oportunidad para poner en práctica mi tercer idioma más asentado. Se abren las puertas a una nueva comunicación, más extrovertida y desarrollada, una mayor apertura. Mi llegada a la capital, Luxemburgo, cruzando el gran foso a través del puente y adentrándome hacia la Place d'Armes, hará que coincida con un cantante venido de Serbia, apostado en la esquina del centro histórico y que apalea la caja, sobre la que se acomoda, para activar el sonido, mientras entona a capela canciones brillantes. Este tipo, cuyo vuelo le fue denegado y no pudo asistir el día anterior a su propio concierto en la capital, quiso invitarme a una cena -además de ofrecerme hospedaje- para charlar a cerca de más aventuras, gentes, lugares del mundo. Quizás noté algo que me paralizaba, que me limitaba. Tenía una cita con un compañero de la universidad que lleva años asentado en Luxemburgo, además, dormiría en su casa céntrica durante dos noches. Por ello, dejé la cita improvisada con aquel cantante callejero, en quien veía bondad y humildad por labrar, cantar y viajar, queriéndola, pero sintiéndome preso de otra forma de concebir la aventura. Aposté por el destino, y terminé jugando al pádel en Bélgica aquella noche, junto a Beltrán -excompi de la universidad- y sus amigos, para pasar dos días entre cuatro paredes, sintiéndome en otro universo cruzado, preso en aquel ruidoso alquitrán. 

El día de mi partida, el TJUE -Tribunal de Justicia de la UE-, se disponía a presenciar frente a su sede las protestas de miles de polacos venidos del suroeste polaco dispuestos a aguar la frialdad luxemburguesa. La sentencia europea dictaminaba el cese inmediato de la actividad de la mina polaca de Turow, y los mineros polacos no estaban por la labor de acatar la orden de los juristas. La ciudad se preparaba para barricadas matinales, y yo, pensando en el carbón, en los intereses políticos, en la contaminación de esos fósiles -muy pronunciada en países del Este-, en las políticas nacionalistas y antiliberales del gobierno polaco en los últimos años, en la decisión de unos pocos blindados en Luxemburgo sobre el devenir de miles de obreros, apostados en la pobreza del Este alejado de la raíz europea... frente a un mundo caótico, me encaminé para cruzar en aquella jornada nublada, y muy finalmente, a Francia. 

El serpenteo fue acentuado. Los accesos y carreteras se cortaban, teniendo que lidiar sobre mapa con opciones imprevistas. Al llegar a Francia sentí un impulso de energía venida de tierras conocidas, de un idioma de nuevo comprensible. Aquellas primeras horas en Francia del Norte, en la región de la Lorena, hicieron que me adentrara sin quererlo en una zona que acabaría siendo un refugio improvisado al final de la jornada. Mis sensaciones no esperaban que desde el primer día en Francia pudiera recibir tal cantidad de simpatía y recibimiento. Mis planes pasaban involuntariamente por poder hacer una estadía en Francia sintiendo el ritmo de la tierra durante el pedaleo, poniendo en práctica mis habilidades lingüísticas y adentrándome, como siempre, en el folclore de cada región. Escuchándola y escribiéndola al mismo tiempo. 

Tras salir de la carretera principal en Landres, comencé a transitar caminos asfaltados entre pueblos de la región tan disputada a nivel histórico, por alemanes y franceses, y que me llevarían hasta Affléville. Este asentamiento de alrededor de 100 habitantes terminó siendo mi guarida aquel día. Y todos los siguientes. Al pasar frente al número 8 de la Rue du Château, una vecina, Eliane, de mediana edad, salió al paso, ofreciéndome hospedaje y cobijo dada mi disposición sobre la bicicleta, y mis intenciones humildes de dormir bajo tienda de campaña. Aquellas jornadas de finales de Octubre asistí junto a los paisanos a obras magníficas de teatro vanguardista, excepcional, como A vau l'eau, en el pueblo de Anoux, o L'Enfant, en Jarny, además de ser invitado a un concierto de jazz gitano en la sala magnífica de Lachaussée, en el Grange Théâtre, una granja reconvertida por artistas de lujo, como Carlo. Sin buscarlo, y absorbiendo y desplegando como la propia planta al realizar la fotosíntesis, me veía rodeado de una energía y un ambiente excepcional, en el que sigo apostado, junto a Patrick y Marjin, y otros franceses norteños que apuestan por la vida rural y el mantenimiento de una sinergia excepcional junto a las nuevas generaciones. Renovaríamos salas del colegio local de Affléville, y los más pequeños y curiosos del lugar me harían preguntas sin cesar a cerca de mi tierra, España, mis aventuras, mi bicicleta... curiosos por ese forastero llegado en bicicleta de tierras lejanas, y acogido en casa de Eliane. 

Además, conocería a más gente local en una marcha de 10k entre senderos, campos cosechados y caminos de bosque de la región, con motivo del cáncer de Mama. Conocí a Luci, la profe de gimnasia y deportes de los pueblos de la zona, y coinicidí con el bueno de Eduardo, el granaino. Este buen hombre, afincado en Carchuna (Motril, Granada), ronda la jubilación, y mientras puede vive en la costa granaina. No obstante, como buen emigrado español de los años 60, ha pasado toda su vida en Francia, y su idioma es el francés, aunque tiene un acento español granaino muy gracioso. Que buena gente. De hecho, coincido con él al localizar el pueblo de Carchuna, que he cruzado ese lugar en mi recorrido en bicicleta por la costa española hacia Málaga, pasando por la nacional de enfrente. En esta región, entre el Benelux, Alemania occidental y el Norte francés, hay muchos 'niñ@s' de la emigración española de los 60. Vivieron pocos años en España y es muy curioso como se aferran a su raíz española. De hecho, muchos de ellos disfrutaron de visitas y viajes a su origen debido a ayudas que Franco concedía en los años 70 para atraer a los crecidos en otros países de Europa. Además, la región de Luxemburgo en especial, está repleta de portugueses, italianos, españoles y eslavos del Este, de raíz, cuya vida ha emigrado a este emporio europeo. 

Durante los primeros días en la campagne francesa, mi huésped Eliane me acercó a Verdún, sede mundial de la paz. Este territorio fue testigo del horror y la destrucción a la que puede llegar el ser humano con sus acciones y debates. En 1916, durante muchos meses, allí se mutilaron los alemanes y franceses unos a otros, durante la 1ª Guerra Mundial, en flancos de la tan disputada Lorena. Fue la batalla más destructiva de la Gran Guerra, sin ser la más decisiva, que arrasó la vegetación e inundó de obuses y minas de detonación un terreno cuyo aspecto actual se equipara a un campo de hoyos constantes provocado por las millones de explosiones. De hecho, le región y campos de alrededor siguen siendo inpractibales debido a la gran cantidad de explosivos activos y escondidos que todavía yacen. Pueblos arrasados, un total de nueve, como Fleury devant Douamount, y cuyos espacios son recordados con placas conmemorativas. Muy cerca, entre aquellos bosques, se encuentra el Osario de la batalla de Verdún, que guarda los huesos de cientos de miles de soldados sin identificar, además de miles de tumbas de todos aquellos fallecidos por las disputas humanas, bajo cruces blancas. Un lugar sin duda que promulga al silencio y la reflexión. 

También visitaríamos -me llevarían en coche- la región vecina y hermana, la Alsacia, que formó como la Lorena, parte de la Prusia alemana del siglo XIX. Iríamos hacia Colmar, una pequeña villa con casas encajadas de madera y en cuyo centro degustaríamos en el caserío local Pfeffel platos típicos de la región, junto a vinos burbujeantes alsacienses. Colmar vio nacer al escultor Bartholdi, autor de la Estatua de la Libertad, obsequio francés a los americanos en el centenario de su independencia, en el año 1886. También pasamos por Estrasburgo, la tercera capital de la UE, y sede de la misma, apostada en el valle del río Rin, frontera con Alemania occidental. Aquel día terminamos en Metz, una pequeña villa de esta región, a 40 km de Affléville. 

Durante los próximos días seguiré compartiendo momentos en la tan calurosa región de la Lorena, junto a los paisanos franceses, adentrándome en la cultura francesa, sintiendo la bondad de sus gentes y las ganas de abrirme sus paraísos secretos. Desde aquí, desde el número 8 de Rue du Château, en Affléville, continúo una estadía temporal para quizás pasar el invierno que se avecina, frío por estas latitudes, practicando la lengua francesa y trabajando localmente, buscando una oportunidad laboral en la industria ciclista -con tanta oferta en estos tiempos- o en algún proyecto interesante que aparezca en los próximos días, además de seguir trabajando sobre más escritos e historias.

— [TRAS 18 DIAS RECIBIDO EN AFFLÉVILLE]—

Seguí rumbo sur de Francia, finalmente. Las oportunidades son escasas a la llegada del frio y del invierno, y empieza a azotar la temperatura bajo 0. He de pedalear para alcanzar el Sur lo antes posible.


Carlo -a la izq-, cofundador e impulsor del Grange Théâtre, en Lachaussée, frente a espectadores improvisados, hace muchas décadas


Buzón en Affléville


Navaja prestigiosa Opinel, de la Saboya francesa, en los Alpes, que confecciona y perfecciona desde el siglo XIX la familia Opinel. He recibido una como obsequio en mis primeros días en Francia


Mi huésped, Eliane, frente a la Catedral de Notre Dame de Estrasburgo


Osario y cementerio de Deaoumount, donde tuvo lugar la destructiva batalla de Verdún (1916)


Restos de cientos de miles de soldados sin identificar, de los combates de Verdún durante la Gran Guerra (1916)


Estrella de tierra, seta muy particular por su forma, al borde de caminos


Último amanecer alemán orientado hacia el Este, desde mi tienda de campaña



viernes, 22 de octubre de 2021

POLARSTEPS | SEGUIMIENTO DE RUTA


Hola. A través del siguiente localizador virtual, podréis ubicar mis pedaladas y orientaros conmigo:

https://www.polarsteps.com/pedaleoalinfinito

AHORA ESTÁ DIRECTAMENTE DISPONIBLE EN EL APARTADO 'MAPA'

Saludos

Kike

sábado, 16 de octubre de 2021

ALEMANIA | BAVIERA, SELVA NEGRA Y KARLSRUHE

Desde mi camino por Alemania, todo se tornará, contra cualquier pronóstico, espléndido, y el nivel de acogimiento y simpatía romperá los límites de lo inesperado. 

Así, siento que algo nuevo está por llegar, básicamente un nuevo idioma, el alemán -para mi incomprensible-, y quizás un entorno menos amigable. Pero esto no sería más que un prejuicio sin importancia. Salir de países del Este, eslavos, con aires más primitivos y risueños, paganismo milenario todavía incrustado en aquellas almas que tanto me han ofrecido en mis casi dos años por aquellas tierras, significaba un paso importante. Y más a una velocidad media de 15k/h. Esto es un pedaleo lento, pero preciso.

Sin más, en mi primer día en Alemania, trato de asentar un vocabulario de supervivencia, como muestra de respeto hacia la gente local, y tratar así de facilitar el contacto. A orillas del río Regen, y ya en la medieval Cham, empiezo a notar aires frescos, con una disposición germana estructurada, ordenada, y a la vez un folclore muy simpático. Personas locales me paran en la plaza, me preguntan a cerca de mis hazañas, y se predisponen a hacerme la traducción de algunos vocablos útiles del idioma alemán. Además, los caminos que transitan por el valle del río citado son pasos ciclables por los cuáles discurren sin cesar alemanes de todas las edades -principalmente edad avanzada, o jubilados- con bicicletas impulsadas, eléctricas. Exactamente, me percato de la grandísima cantidad de eléctricas, y de manera constante, con calidades bastantes altas. Estoy en Alemania, y este dato, junto con la cantidad de pueblos con encanto, pueblos preservados de maneras muy particulares, medievales y con mucha claridad, harán que discurra con asombro y muy buena sensación lugares para mi desconocidos hasta el momento. Estaba en la zona de Baviera, el reino de los germanos del sureste, donde Bayern y la capital Munich, y donde la cerveza local se convertirá en un 'deber' desde el momento en que se me presentara tal oportunidad. Sin embargo, el idioma hizo estragos los primeros días, y notaba una cierta lejanía que hasta el momento llevaba tiempo sin recordar.

En video, a la salida de Cham

Los primeros días de octubre el frío matinal y el rocío hacían su presencia. No obstante, seguí poniendo la tienda de campaña descubierta para observar al dormir el cielo estrellado, y bien claro, junto con el movimiento lunar. Las noches frescas y por debajo de los 5 grados no son un impedimiento, y cuán importante es un saco de dormir muy apto para bajas temperaturas. El rocío al atardecer de aquel pinar cercano al ríachuelo Hiltenbach creaba un ambiento bucólico y asombroso. No pude parar de contemplar esa niebla de agua flotando extendida por las praderas de aquel inmenso valle, rodeado de pinos, y que se extendía a lo largo mojando muy lentamente todo a su paso, incluso tuve que apresurarme muy rápidamente dentro de mi tienda de campaña. Aquella noche, las nutrias jugaban, o se movían, y así me recordaban, sin quererlo, que yo era simplemente un invitado en aquel bello lugar. Por la mañana buscaría rápidamente el Sol para prepararme un té caliente, que lo encontraría en la ladera cercana al pueblo de Strahlfeld, donde los rayos incidirían directamente sobre mi cara y mi cuerpo, y yo dejaría toda esa luz traspasarme hasta el alma, contemplando aquel paisaje, y sintiéndome muy afortunado por la presencia ante aquel espectro natural, bajo el cobijo del manzano. 

A lo largo del río Naab pasaría pueblos germánicos de escándalo, como Burglengenfeld, y especialmente Kallmunz. Centenas y centenas de siglos transportado cuando recorres estos lugares, imaginando un ambiente bávaro increcentado por la cerveza local, que yo seguía sin lanzarme a probar.  Lo intentaría en mi paso por Berching, otro enclave medieval en el valle, turístico, donde finalmente seguiría mi camino, y quedaría de nuevo maravillado por la belleza de aquel lugar.

Pueblo Burglengenfeld, Baviera, Alemania


La paciencia, la sinceridad, la libertad y sobre todo, ser uno mismo, sin tener en cuenta preocupaciones como dónde dormirás, qué comerás, o en su caso, qué beberás, a veces, y sin pensarlo y sin si quiera recordarlo, conducen a situaciones mágicas. De aquellas dignas para guardar en una caja fuerte de recuerdos para la vejez. De hecho, aquella noche vendría uno de aquellos momentos. En la puesta del Sol normalmente decido hacer una acampada libre, valorando con algo de tiempo un lugar idóneo. Pero aquella tarde, y en mi paso por Titting, un pueblo con mucho encanto, paré en la terraza del bar-pizzería Braustuberl, un local con cerveza local Gutmann producida en el castillo de enfrente del lugar. Desde entonces, fui centro de miradas de aquellos paisanos que degustaban sin parar litros y litros de aquella espectacular cerveza. Ellos no hablaban inglés, yo menos alemán. Finalizadas dos pizzas y un litro de cerveza, apareció un hombre que vino directo a mi mesa. Era Michael, de mediana edad, hablaba buen inglés, y sorprendido por mi bicicleta, preguntó por mis hazañas y mis viajes. Me sinceré, aquella cerveza era un manjar, y llevaba soñando desde mi entrada en Alemania con tener una oportunidad como aquella. Sin más, reconoció ser el heredero y dueño de la cerveza Gutmann, fui invitado a la mesa con sus amigos, a la cena, a más litros de cerveza, y además, terminé durmiendo en una gran habitación de aquel gran castillo de los Gutmann. 

Mi único recuerdo del momento Gutmann, en Titting. Ilustrado el Castillo de la cervecería, donde fui invitado a pasar la noche


Durante la siguiente jornada, y sabiendo desde entonces que ese área estaría lleno de zonas arqueológicas y excavaciones, por ser el área limítrofe que separaba a los romanos de los pueblos germánicos, quedaría maravillado por la gran cantidad de aperturas en tierra y ruinas constantes a mi paso por aquellos caminos de Baviera. 

Ruinas romanas, zonas arqueológicas constantes en el sur alemán

Seguí mi camino hacia mi primer destino alemán, en Rothenburg am der Tauber. Previa a mi llegada, amanecí en un pequeño pinar frente a enormes campos amarillos de colza -con esta flor se produce aceite-, en una jornada algo lluviosa y fría. Sin parar de recolectar el fruto constante de los perales, manzanos y nogales, que a cada lado de los caminos encuentras, y con los que evitas la fructosa de los mercados, para obtenerla directamente de su origen -y qué maravilla- llegué a Rothenburg. Enclave medieval a lo alto del río Tauber, una Marktplatz con tanto encanto, y aquellas calles estrellas dentro de las murallas. Desde entonces, sería acogido durante cuatro días y tres noches en casa de los Zinner, un matrimonio mayor que fueron huéspedes y muy amigos de mi tía Beatriz durante muchos años, hasta el presente. Recibiría todo el calor humano del mundo por su parte, durante unas jornadas en las que el idioma, y a pesar de mi nulo alemán y el nulo inglés de los Zinner, no sería un impedimento para nuestras conversaciones a través del traductor electrónico, o en polaco a través de su vecino de origen polaco. Los Zinner decidieron un camino hace muchas decenas de años en el que facilitarían la estancia y acogerían a muchos estudiantes provenientes de todos los rincones del planeta, para estudiar idiomas normalmente en el Insituto Goethe, hoy convertido en un colegio Montessori. A través de su presencia y las historias de aquellos estudiantes, recorrerían el mundo y harían amigos de todos lados sin moverse mucho de su pueblo, recibiendo muestras de afecto cada año a través de correspondencias, fotos, libros y regalos de toda clase de aquellas personas a quienes acogieron a lo largo de más de treinta años. Su presencia denotaba humildad, simpatía y mucha bondad. 

En Rothenburg, junto al matrimonio Zinner


Mi rumbo se encaminaba hacia el occidente alemán, concretamente la pequeña ciudad de Karlsruhe. Tras mi marcha de Rothenburg, de nuevo en el camino, y a 180 km de mi próximo destino, continuaría pedaleando en mi paso por aquellos pueblos germanos tan únicos. El próximo día el Sol saldría directamente para saludarme sin necesidad de moverme de la tienda de campaña, en aquellos pastos cortados. Aquel día sería interceptado en Schwaigern por una familia de ciclistas. Carmen, Volker y el pequeño Kaeylar me invitaron a un helado, y Carmen, una madre mayor con mucha descendencia, insistió en invitarme a dormir en su casa del pueblo cercano, en Massenbach. Pedalearíamos unos cuantos kms juntos, con el pequeño Kaeylar, de tan solo 4 años, y en quien observaría un crecimiento ejemplar y saludable, proveniente de la armonía parental, en aquel maravilloso entorno rural. De hecho, desde hacía decenas de kms observaba por primera vez viñedos en los campos de Europa, por lo que el vino se hacía común en la región, y justamente la energía de aquella jornada cerraba un círculo que, al comenzar a ver la vid constante, pensé en la posibilidad de degustar en algún momento algún buen vino local, y la oportunidad se me presentaba en otra mágica historia de personas entusiasmadas por acogerme, darme cobijo y brindar con un buen vino regional. Antes de partir a la mañana siguiente, ajustaría la bicicleta del pequeño tarzán de la casa, y pondría rumbo hacia la ciudad de mi amigo Dani, el alemán, en Karlsruhe. 

Junto a Kaeylor, en Massenbach

Llegaría hasta Ruppur, un pequeño enclave suburbano de Karlsruhe, desde donde escribo estas lineas, en la casa familiar de Daniel, desde el mágico jardín de Berni's Paradise Place, su padre. Desde entonces, decidí poner rumbo hacia la famosa Selva Negra alemana -Schwarzwald-, para recorrerla durante varios días a pie, y después regresar a Karlsruhe. Armando una mochila-macuto de 40L -que seria un regalo de la familia de Daniel- para mi pequeña expedición por esta baja cordillera, que duraría contra pronóstico cuatro días, comenzaría mi marcha desde el pueblo Baden-Baden, donde me acercaría Berni en su coche, clásico Mercedes de los 80. La Selva Negra es un entorno que llevaba muchos años entre mis intenciones. Esta baja cordillera, llena de bosques oscuros poblados principalmente de abetos -el famoso árbol de Navidad-, recorre de norte a sur en el suroeste alemán unos 160 km, y en la que se encuentran numerosos pueblos muy folclóricos de la región, junto con atracciones naturales, hasta la frontera con Suiza al sur. De hecho, estos bosques hacían de frontera natural con los límites nortes del Impero Romano, y los propios romanos lo llamaban 'las selvas de la frontera'. Esta negrura se debe a su repoblación y monocultivo de abetos, que tuvo lugar tras la 2ªGM, cuando la zona quedó devastada, y los alemanes -controlados por los estadounidenses en aquella región- hicieron un plan de reforestación mediante el árbol rey de centro Europa, el abeto, de madera moldeable y crecimiento y conquista muy rápida. Hoy es uno de los problemas en la Selva Negra, y con la expansión de las zonas protegidas de Parque Nacional, se intenta no solamente limitar el poder y acción de las empresas madereras, sino también expandir el crecimiento de otras especies como pinos y frondosas -hoja caduca-, que enriquezcan el área.

Aquella primera noche, en solitario esta vez -atrás quedó la expedición junto a Daria y más conocidos en las cordilleras polacas-, me refugiaría en la caseta dispuesta en Badener Sattel, cercano a los 900m de altura. Pasaría una noche magnífica en un silencio imperante, junto a mi termo del té, y en la que las temperaturas descenderían, y llovería, pero me sentiría afortunado en mi pequeño cobijo y gracias a mi buen abrigo. Durante la jornada siguiente caminaría por aquella frondosidad tan espléndida, sin cruzarme ser humano alguno en más de 24 horas. Vendrían a mi mente los escritos del autor aleman Hermann Hesse, nacido en Calw, un enclave de la Selva Negra, y cuya inspiración provendría en gran parte de sus tan amados bosques, aquellos que yo transitaba esos días. Sus obras El caminante, El lobo estepario o Bajo las ruedas, entre otras, muestran una lucidez y apertura de un alemán nacido en el s.XIX, que presencia los horrores de las grandes guerras y movimientos del s.XX, adentrándose de una manera exquisita en el alma humana y en el mundo que contemplaba, para irse a la naturaleza como recurso de evasión y de contemplación de la belleza, de la forma más pausada, caminando, escribiendo, ilustrando. 

Y así, sin más, vendría un temporal de lluvias que haría la jornada intensa en las zonas del Parque Nacional, donde querría alcanzar un refugio en el descenso hacia el pequeño lago de Wildsee, tras más de 20 km andados, sin saber que, a parte del diluvio en la puesta de Sol, el descenso seminocturno hasta
los 900m de altura -viniendo de los 1300m-, entre caminos conquistados por la vegetación, en una zona muy poco pisada, llegaría empapado a Wildsee, un enclave natural de película, que disfrutaría a duras penas a la mañana siguiente, porque en aquel momento me encontré con el refugio cerrado, y la necesidad imperante de ponerme un techo con mi tienda de campaña. Tuve que armarla rápidamente para evitar la entrada de agua -aunque poco pude hacer con aquellas lluvias-, y quitarme mis ropajes mojados, para intentar que el material básico para dormir -camiseta y saco de dormir- quedarán lo más intacto posibles. Mi reposo fue escaso, bajo el ruido constante de lluvias que no cesaron durante la noche, y que parecían tumbar mi tienda de campaña. Pura ensoñación, tengo buena fortaleza, pero el frío si estuvo presente durante toda la noche, a parte de estar encharcado de agua. Además, mentalmente trazaba un plan para salir rápido de allí a la mañana siguiente y así entrar en calor lo antes posible. Pero se tornó una mañana clara, muy fría, pero tranquila, frente a un lago que parecía un espejo gigante, incrustado en el bosque, bajo la ladera. Entré en calor con tés y unos tagliatelle de espinacas cocidos y cocinados con salsa de tomate y setas cogidas el día anterior. Que delicia. Cogí las energías suficientes como para echar a andar de nuevo con 13 kilos a la espalda, ascendiendo los 400m de la ladera, y encontrando algo de civilización a escasos kms. 

Después, los rangers me recomendarían no confiar en los albergues de montaña: la mayoría estaban indispuestos por la situación covid, y habían cerrado o ya no acogían a gente. La zona estaba calificada como desierto de la Selva Negra. Por ello, bajé por el valle del río Rotmurg hasta alcanzar Obertal, donde haría jornada al cobijo de la pensión Zur Sieberei, para secar la ropa, y entrar en calor, haciendo noche al abrigo de una cama, finalmente. Desde allí, y ya recuperado de las 48 horas de mal tiempo, por fín salió el tan amado Sol, al cuarto día de la corta expedición, y puse rumbo hasta Baiersbronn, recorriendo los últimos 13 kms, desde donde cojí un tren de vuelta a la ciudad de Karlsruhe, tras un total de 60 km caminados. 

En video, la pequeña aventura en la Selva Negra 

Berni y Silvia me esperarían en la ciudad. Junto a Berni -padre de mi colega Dani- disfrutaría de una jornada magnífica, quien entusiasmado con su invitado, me mostraría su bici eléctrica con impulso trucado -llegando a los 70k/h-, además de llevarme a su club de Rupport, centenaria unión de fútbol local, donde comería junto a sus colegas alemanes, y desde donde pedalearíamos la zona al compás de la música ochentera de su rápida bicicleta. Estos días esperaría a Dani en casa de sus padres, quien, tras jornadas en la universidad y en los entrenamientos de la policía alemana, vendría para por fin pasar unos días juntos, asistiendo al partido del equipo de Karlsruhe -2ª div. alemana-, siendo invitado por los propios jugadores al área reservada en tribuna para familiares y amigos de los futbolistas, con invitación de cervezas y salchichas alemanas incluidas, siendo la segunda vez que me pasa desde mi salida en bicicleta en 2019 -la primera vez fui invitado por los jugadores españoles de 1ª división del Dynamo de Tbilisi, a mi llegada en bici hasta Georgia-. 

Berni y su bici trucada

  

Junto a Dani, il polizei, junto a sus colegas jugadores del Karlsruhe SC Fabio y Marc, tras el partido contra Erzgebirge Aue (2-1)


En verde ruta desde Polonia hasta Karlsruhe (+1500k, +3000k pedaleados en toda Polonia, +760k a pie por las cordilleras de Europa, en 2021), a 15 Octubre 2021. Dirección Luxemburgo y depende del factor clima


viernes, 1 de octubre de 2021

CHEQUIA | HISTORIAS Y REFLEXIÓN FINAL

 

Tala de árboles sin control, algo repetitivo en Chequia


Tras cruzar por caminos maravillosos a Chequia, dejando las montañas de Beskydy, me encuentro con un nuevo idioma, el checo, y nueva moneda, la korona. Checoslovaquia existió tras el fin de la 1ªGM, a consecuencia de uno de los puntos del Tratado de Versalles con la partición del imperio Austro-Húngaro. De hecho, Chequia y Eslovaquia son independientes geopolíticamente desde 1993. Su separación fue pacífica, a diferencia de la partición de los países de la antigua Yugoslavia con aquella sangrienta guerra de finales de s.XX. El problema fue que junto a otros estados, cuando llegó la 2ªGM, y los años previos, sirvieron a los nazis como lugares de fácil ocupación debido a las facilidades que obtuvieron de pactos secretos con los ingleses, que quisieron calmar al león Hitler otorgando las tierras checoslovacas. No lo consiguieron, simplemente alimentaron las ansisas de ocupación de otros países eslavos, que se tradujo en la invasión del 1 Septiembre de 1939 de Polonia, causa que produjo el estallido de la Guerra.

Tras ello, sería el telón de acero y la época comunista de la región checoslovaca que llevaría al país a un régimen cerrado al mundo occidental. Chequia era el país en el borde con el mundo capitalista, liderado por los estadounidenses. De hecho, era una pequeña joya industrial para Moscú, porque en Chequia había mucho comercio, y se intentó además desde el orden comunista que los checos desarrollaran y potenciaran los servicios. De aquí también vienen los bohemios. El reino de Bohemia estaba en estas tierras, y los jóvenes emigraban a lugares en ebullición y de culto como París para estudiar o buscarse una vida en momentos de la Ilustración. Aquellos jóvenes que vagaban por las barriadas parisinas hace siglos, se les llamaba bohemios por su procedencia, que después con el paso del tiempo quedaría identificado con una forma de vagar, de ser, de concebir a personas, conforme a esa forma de vida que llevaban en su huída a París estos checos de Bohemia. 

De hecho, uno de mis primeros contactos en Chequia será con un grupo de jóvenes a caballo, auténticos bohemios que vagan por los montes con lo puesto, y mucho alcohol destilado de ciruelas, el famoso Slivovice. Sorprendido por la estampa, me paro a saludarles y me invitan a unos tragos bajo la caseta dispuesta a orillas del río Vsetínská Becva. Son momentos auténticamente mágicos. Estos tipos estaban a otra altura, además de que nos comunicamos con cierta dificultad pero entrelazando los idiomas eslavos checo, polaco y eslovaco, y obtenemos resultados algo más que aceptables. 

Con los 6 jinetes a orillas del río Vsetínská Becva, Chequia

Ese día continuaría por el río hasta alcanzar otra caseta, donde a la noche cocinaría un caldo maravilloso y calentito de setas del día, recogidas durante la bajada de las montañas, y cercano al pueblo de Ratibor. En mi segundo día en tierras checas, concretamente en la región de Moravia, pedaleaba con mucha tranquilidad. Me paré en el pueblo de Chomyz, en el bar, y pregunté por una Kofola. Era domingo y había ciclistas de ruta tomando la cerveza en este garito regentado por un hombre ucraniano, exiliado hace unos años de su tierra natal. De hecho, sorprendidos por mi acento, mi procedencia, y demás factores, fui inmediatamente invitado a compartir mesa con el jefe y otros ciclistas de la zona, que llevaban más de una cerveza, y además los checos tienen una larguísima tradición cervecera… de hecho, son el país en Europa con mayor número de cerveza per cápita. A partir de aquí, fui el foco de atención -como tantas veces ocurre- y fui constantamente invitado a beber y comer. De hecho, esa noche la pasaría en el pueblo de Rymice, a escasos 10 km de este último pueblo, en casa de Jaroslav e Ivana, checos que andaban con sus bicicletas ese domingo, y que quisieron darme calor local durante toda la jornada. De hecho, fueron unos huéspedes estupendos, con los que pedaleé de vuelta de Chomyz, haciendo parada previa en un pueblo intermedio donde presumirían con sus colegas locales, en el bar, de su amigo español en bicicleta, y mis aventuras. 

En el bar de Chomyz, junto con mis huéspedes Jaroslav e Ivana -con cascos azules-

Jaroslav era el cofundador de una empresa llamada Ekodrill, que da empleo a mucha gente local de los pueblos de la zona. Su casa es la propia sede de la empresa, y tuve un acogimiento muy especial, en una gran casa. Desde allí aproveché para acicalarme y dormir en caliente y bajo techo. Los días siguientes en dirección Praga se tornarían algo fríos y lluviosos, por lo que tuve que hacer frente a situaciones algo más delicadas. Desde casa de Jaroslav, y dadas las lluvias matinales, pude hacer contacto con Marie, una chica de Praga que me hospedaría durante mi estancia en la capital. En mi paseo hacia la gran urbe, aquella que tanto quería visitar desde hace años, tuve momentos bellos, como en el pueblo de Kadov. Durante la jornada hubo muchas lluvias, según lo previsto, además de vientos. Algo sorprendente en Chequia y en los pueblos, son las paradas de autobús, se convierten en pequeñas casetas limpias en su interior -por lo general- y cerradas con ventanas, lo que ofrece un perfecto lugar de reposo en situaciones como la que acontecía. Aquel día, y con tan solo 35 km pedaleados, me paré en este pueblo. Terminé siendo invitado a una cena calentita por una vecina del lugar, de nombre Sharka, a una cerveza checa también, y dormí en el interior de esta parada, entre cuatro paredes, silencioso, acurrucado.

Pedalearía y pedalearía sin más acontecimientos que enfrentarme al viento. Las próximas jornadas serían algo soleadas, y llegaría hasta Praga, adentrándome en la gran urbe. Llevaba más de dos meses sin hacerlo. La gran ciudad. Entrar es lidiar con una selva, con ruidos extremos encajados entre los edificios que imperan a cada lado de las aceras. Zonas industriales primero y después tranvías, coches y semáforos. Es un ritmo del que estoy desprendido. Y me alegro por ello. ¿Pueden y deben las ciudades crecer ilimitadamente? En realidad nunca lo sabremos, pero no debería de ser. El campo y la tierra producida a nivel comarcal necesitan mucha vida. Hay mucha gente, muchos idiomas… la gente habla inglés en las ciudades. Por lo menos para hacer comercio. Allí me dirigí hacia la plaza de la Ciudad Antigua de Praga. Tenía curiosidad por pasear aquella ciudad en que tuvieron lugar acontecimientos como la Primavera de Praga en mayo del 68, tras esos actos de liberalización comunistas provenientes de la cúpula política, y que desembocaron en unos hechos de horror para los checos, cuando los tanques soviéticos invadieron el país por todos lados para frenar esos aires de libre albedrío de aquel comunismo más humanista, que los checos aplaudían. El telon de acero ocultaba hechos que ocurrían mientras el mundo estaba pendiente de las revoluciones en París, Filadelfia… y en otros lugares por parte de estudiantes en tiempos en que la humanidad necesitaba cambios y mucha paz. 

Durante los días en Praga pude reposar en casa de Marie, con quien me encontré en los campos de rugby del equipo Sparta. Esta chica era una valiente jugadora de rugby, hecha, fuerte y positiva, con muchas ganas de aventurarse en bicicleta o de cualquier forma. De hecho, fui su primer invitado a través de Warmshowers, para ciclistas por el mundo. Y se lo agradezco mucho. En esta ciudad, que no dejaría de pasear, coincidí con Nacho, un chico argentino con el que acabé probando varias cervezas checas. Este joven viajaba desde el norte sueco hacia Dolomitas, en los Alpes italianos, y buscaba en su camino lugares de escalada. Se movía en su furgo desde hace cinco años, donde disponía de los bienes básicos para irse moviendo cual nómada por Europa, sorteando las estaciones y trabajando por temporadas, normalmente como monitor de esquí. 

Tras cuatro días y mucha paz en Praga, reemprendí mi camino hacia el oeste checo. Siempre es difícil desaferrarse de las comodidades de un lugar fijo, de un hogar rápidamente temporal, y volver sobre la incertidumbre de los días en bicicleta. Pensando mucho en mi paso, en mis queridos, en mi querida, y en mis amigos más cercanos. Y que harán, mientras yo despierto en lugares tan preciosos. Solo deseo lo mejor para cada uno, si así se sienten contentos con sus días. Para mi esta transición hasta Alemania, que en poco alcanzaré, se torna en momentos delicados y extraños. Fríos, algo lluviosos por momentos. De hecho, la frontera a través de pequeños caminos llegará en unos 15km, desde donde me despido de tierras eslavas, y desde donde pido buen camino para mi próximo destino, con idioma alemán. Me dirijo hacia la famosa Selva Negra, bosques que desde hace mucho tiempo siempre he querido pisar. Después intentaré visitar a amigos en la ciudad occidental alemana de Karlsruhe. Cruzaré en poco tiempo por Vseruby, última localidad checa.

...[3 horas más tarde]...

Por cierto, el cruce de frontera ha sido un espectáculo. Pequeñas granjas, caminos humildes entre maizales que se tornaban en pastos de rechonchas ovejas, llenas de lana. Incluso aves alzando el vuelo, en solitario o en grupos, caballos enriquecidos, una luz de atardecer encendida a la distancia, entre montañas, anaranjada como el fuego. Sin duda Vseruby es un paso fronterizo con mucho encanto, entre caminos muy aptos para el pedaleante. Desde entonces, o desde ahora, estoy en Alemania, si lo que cambia es el idioma, la cultura local, la moneda y quizás el humor. No lo sé, lo sabré. Aquí hago noche, en el primer pequeño bosque fronterizo, por el que discurre el Camino de Santiago europeo. 



En vídeo, los últimos km en Chequia, antes del paso a Alemania


          ————————————REFLEXIONES PERSONALES———————————-

Pedalear es duro, a veces. Hay tantas preguntas que no se pueden responder, y alomejor si las respondes fallas, porque no deberían ser respondidas. Es decir, no tienen una respuesta digna. Por ejemplo, ¿cuántos kms haces al día?, o ¿cuántos kms hasta Madrid?, hablando de kms… quien sabe, depende de tanto. Hay muchos condicionamientos, factores que a priori no pueden tenerse en cuenta. No me ato a nada. Solo a personas y lugares que me caen bien, que merecen mucho mi respeto. De hecho, normalmente es gente anónima, que no publica, que no grita a viva voz su forma de vida presente. Simplemente tratan de hacerlo con el corazón, alejados de todo ruido, guiados por el instinto que les permita seguir desarrollándose interiormente, y además, en sintonía con el medio que les rodea, tratando de consumir lo mínimo y creando mucho, o nada. Depende del momento vital que transcurra. Llegar a verlo y valorarlo requiere mucho camino, lento, y además, requiere dejar de contestar a muchas preguntas. Simplemente alejarte de lo que no quieres es algo tan sonoro, es un proceso precioso que no deja de traer confrontación con los seres queridos. Siempre han de respetar, y valorar al igual que tu recíprocamente también lo harás. Pero no se ha de cuestionar la forma de vida que implica mucho esfuerzo para alcanzar ideales que te dejan ser y estar tranquilo. No quiero ruidos, coches, personas que me paren, que me pregunten por el futuro, que me cuestionen o me analicen, por mucho que promulguen que me quieren. Querer es dejar ser, dejar a uno a su libre albedrío para que alcance sus apetencias vitales. Serán del estándar o no familiar, pero nunca se ha de cuestionar, y simplemente dejar. No hay nada escrito, no hay un debería ser así, no hay un camino que seguir. 

Últimamente me surgen muchas preguntas. Pero yo no las respondo. Estoy fatigado de la vanalidad de muchas conversaciones. Entro y no encuentro. Llevo años guiándome por sonidos internos. Familia y amigos es difícil que se pongan en mi lugar, yo en el suyo obviamente tampoco. Cada ser es un mundo. Si vuelvo a mi madretierra quizás sea por un tiempo, quizás más, o menos, pero quiero vida, y que ella sea guiada por mi. Día a día he desarrollado muchas habilidades que alomejor no eran las esperadas para mí, siendo hijo de mis padres, y de mi familia. Pero yo eso no lo elijo, elijo el hecho de querer juntarme y crear con quien me sienta realizado, sin despreciar a nadie, y tratando de mantener un balance. Me apartaré por supuesto de quien trate de cuestionarme o deje de respetar mis decisiones, algo que pude obvervar en mi corto paso por mi tierra en Abril de 2021. No sé que pasará en el camino, ahora me cuesta pedalear, a punto de cruzar a Alemania y dejar las tierras eslavas. Y me cuesta porque dudo de mi tierra, de mi gente. Que quieran parar mis actos, que inciten a que no continúe mi paso vital con personas con las que encuentro satisfacción y encuentro belleza en cada movimiento… y que me pongan al abismo de situaciones forzadas por enfados sin razón alguna. Entonces tendré que dejar de querer, si no se me quiere así. 

He trabajado duro estos años, mucho además. No derrocho y no voy a hacerlo. No necesito más que se me deje, si no yo me alejaré voluntariamente. Si quiero reparar bicis, adelante. Si quiero explorar espacios terrestres en bicicleta o a pie, solo o acompañado, adelante. Siempre acorde a valores que me permitan seguir en sintonía conmigo y el medio que me rodea. Quiero verde y quiero gente que entienda lo que intento expresar aquí.


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1 Octubre 2021. Cruce desde Chequia a Alemania oriental, por el pueblo de Vseruby. Continúo mi camino por Alemania hacia Rothenburg ob der Tauber, donde dormiré en casa de buenos amigos de mi tía Bea