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Ruta actualizada a 16 de Junio de 2021, mapa de Polonia, dirección Sur, superados los 1.500 kms |
Tras cuatro días de acampada junto a tantas personas, frente al río, en el Parque Natural de Wiegier, una expedición de kayak, paseos por los bosques, guisos al fuego y comilonas a las que no pararon de invitarnos, cánticos, y sobre todo, reposo, además de dedicar un día a la puesta a punto de las bicicletas que las personas iban dejando a la entrada de mi tienda de campaña, y que con mucho gusto revisé -hubo algún aguinaldo-, pusimos rumbo de nuevo, despedidos entre aplausos y tantísimas muestras de simpatía, hacia los lagos de Masuria, de vuelta, para recibir la visita de Magda.
Merodeamos durante muchos días los lagos, ahora siendo tres en ruta, encontrando lugares maravillosos donde acampar, y como no, acometer un buen fuego cada noche, para evitar a los protagonistas de las puestas de Sol: los mosquitos. Estos insectos acechan, como siempre, como cada época de calor, y la paciencia es crucial, además de la protección y estrategia frente a tales seres cuando uno vive al natural, y más, en zonas de aguas, donde se reproducen. Son capaces de alterar tus pulsaciones para detectar mejor el calor humano -el rojo que visualizan-, por el que alzan el vuelo cada día, y así ese nerviosismo que genera en su paso por la oreja les permitirá incar su fina trompa y absorver la sangre que tanto ansían, cual vampiros a pequeña escala -solamente las hembras se alimentan de la sangre de otros animales-. El murciélago, eso si, encontrará en la oscuridad su manjar con estos pequeños ‘tocapelotas’, y les hará reducir en población a gran escala. Un buen libro sería El mosquito: la historia de la humanidad contra su depredador más letal, de T. Winegard, como recomendación para seguir indagando en el papel de estos pequeños volátiles y su intervención -casi siempre decisiva- en los acontecimientos de la historia.
Ya superados los 1.000 kms de pedaleo, tras unos cuantos días en los que pedaleamos junto a Magda con tranquilidad entornos con diferentes lagos, sin muchos kms sobre la bicicleta, nos adentramos en la región de Podlasie -bajo los bosques-, la zona más oriental que colinda junto con Bielorrusia, y de la que emanan los bosques más antiguos de Europa. Cambiar horizontes de chapoteos acuáticos por extensiones infinitas de bosques, en las que caminos humildemente transitados nos dirigen hacia auténticas reservas forestales. Eso sí, tras el paso por Klusy, un pequeño pueblo, tuve un asalto por parte de un convoy militar: la zona estaba restringida, era una zona de operaciones en unos bosques remotos, y los militares del ejército polaco, después de algún chequeo y conversaciones con sus superiores, me dejaron avanzar hasta el asfalto más cercano. Después me daría cuenta de la cantidad de carros blindados que transitaban la zona, y obviamente, la correspondiente ‘tensión militar’ con el país vecino, Bielorrusia -el régimen de Lukashenko, presidente y gobernante de Bielorrusia desde los años 90, y a la orden de Putin, mantiene una tensión constante con su frontera de la UE, intensificada en el último año, por el acogimiento y ayuda a los exiliados bielorrusos que mantiene Polonia-.
Me reencuentro con Daria en Elk, una pequeña ciudad con un gran lago, para emprender rumbo sureste. Tras pasar la noche dentro de Biebrzanski Park Narodowy -Parque Natural de Biebrzan-, concretamente en la zona de acampada de Grzedy, donde los guardias forastales controlan el acceso, nos abrimos paso en un universo de flora y fauna totalmente protegida, en la que alces y bisontes, además de lobos, se dejan ver por las zonas pantanosas. Entre árboles centenarios cantan cientos de especies de aves diferentes, y pisamos terrenos arenosos donde se encontraba la comunidad local Nowy Swiat -Nuevo Mundo-, praderas en las que locales aislados del mundo exterior hacían vida autosuficiente y en pleno contacto con el entorno. Las casas de madera fueron quemadas por los nazis, y simplemente queda la posibilidad de imaginar una vida que fue. En este bosque, como en tantos otros, las placas y recordatorios de las víctimas locales se convierten en memoriales colectivos, tanto de abatidas alemanas como rusas. Una gran diferencia entre ambos invasores, o destructores, era que los alemanes, en sus barridas, por lo general, destruían cualquier casa, cualquier edificio, sin dejar a penas rastro de lo que fue. Los rusos aprovechaban sus adquisiciones para reconvertir o simplemente habitar los espacios vacíos.
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Parrillada vegetal en la zona de acampada de Grzedy -Parque Natural de Biebrzan-
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Rodeando la ciudad más oriental de Polonia, Bialystok, y transitando bosques por caminos arenosos, nos encontramos en el camino que abrió paso entre los bosques a las tropas napoleónicas hacia Moscú. Este paso era la vía principal y más directa desde Europa para cruzar hacia la capital rusa, a vista de mapa. La armada de Napoleón, compuesta por diferentes nacionalidades, se dirigía hacia tierras rusas, cruzando el condado de Varsovia -a principios del s. XIX Polonia estaba repartida entre prusianos y rusos, y únicamente se respetó este condado-, y apoyados por las comunidades de polacos locales. Como siempre, y repetidamente en la historia -como luego se repetiría en la IIGM-, las estepas previas a Moscú, y el frío invierno que las tropas napoleónicas no evitaron, y que consecuentemente sufrieron, frustaron el avance de un Imperio francés que se expandía como Rusia en Siberia.
Tras amanecer frente al lago Siemianowskie, cercano al pueblo de Bondary, y a escasos 30kms de Bielorrusia, era el día de cruzar el bosque más dramático y antiguo de Polonia, y Europa, que comparte junto a su país vecino, y que esconde vida milenaria; Bialowieski Park Narodowy -Parque Natural de Bialowie-. La escasa zona protegida polaca es prácticamente inaccesible, y su acceso es solo posible con guía o guarda. El espacio protegido en este gran bosque se ha reducido ampliamente en la última década, y existe mucho debate a cerca del futuro de un entorno milenario que se ve arrinconado por intereses económicos y políticos.
Estos días, y con intención de continuar hacia la región de Podkarpaczkie -bajo los Cárpatos, la cordillera del sur polaco, previa al paso con Eslovaquia-, llegaron tormentas. Cuando el agua cae, y las lluvias son torrenciales, más vale encontrar un refugio. El problema viene cuando las goteras se hacen visibles a mitad de la noche, y el agua ha empapado los sacos y la tienda de campaña en su interior. Pero al día siguiente, encontrar a orillas del gran río Bug, en el pueblo de Mielnik, un lugar perfecto, es la recompensa idónea que el pedalente recibe cuando las condiciones no son favorables. Además, el esfuerzo físico y mental de esta escapada nómada se digiere cuando personas que conocimos en la gran acampada de Suwalki, Michal y Roksana, ahora nos reciben con tantísima energía en su granja familiar de Kakolewnica. Pura simpatía, corazón y recibimiento.